Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1095
Legislatura: 1884-1885 (Cortes de 1884 a 1886)
Sesión: 9 de julio de 1885
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Discurso sobre la política general del Ministerio
Número y páginas del Diario de Sesiones: 193, 5810-5813
Tema: Interpelación sobre la política general del Ministerio

El Sr. Martos me ha aliviado de una gran parte de mi trabajo; pero no tanto que no sienta tener que llegar al debate a esta hora y que no deplore asimismo molestaros, lo cual había de hacer durante largo tiempo si hubiese de rectificar, y aún de replicar con alguna extensión al Sr. Presidente del Consejo de Ministros. No lo he de hacer, sin embargo, porque no quiero daros este mal rato; ocasión habrá en que yo tenga la honra de discutir con S.S. algunos de los puntos que ha tocado, y de demostrarle que no está en lo exacto respecto de la manera de considerar el sufragio universal, con los autores de derecho político que más se han ocupado en estos últimos años de esta materia; porque de S.S. que es tan entendido en todas y mucho más en esa, he de creer, o que estaba distraído, o que no ha querido tratar la cuestión bajo el punto de vista que debiera, porque sin duda no le convenía para el debate. Pero en fin, sea lo que quiera, a esta discusión vendremos, y yo probaré a S.S. cómo las escuelas democráticas en la actualidad tienden más a lograr la representación de las minorías y la representación de todas las clases e intereses, que conseguir la representación individual, o sea al sufragio del número. Ésa es la teoría de las escuelas democráticas modernas, y S.S., aunque lo parezca, no la desconoce.

Pero, Sr. Presidente del Consejo de Ministros, lo que yo no puedo tolerar a S.S. de ninguna manera es, que S.S. siempre busque el medio de sacar al Gobierno adelante a costa de la Monarquía. (Rumores).

Ya han visto los Sres. Diputados cómo traté yo la cuestión electoral de Madrid; ya han visto con qué cuidado dije yo que había en aquella lucha política tres factores: uno, el factor político; otro, el factor oficial, y otro que me contenté con llamar el factor anónimo, factor en el cual entran todos aquellos que no están afiliados a un partido determinado, y que se van, ya con el factor político, ya con el factor oficial, según que estiman más conveniente a los intereses propios y del país las opiniones del factor político o del factor oficial, y a ese factor llamaba yo la opinión pública. Pero el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, para quitar importancia a su derrota, sostiene que en las elecciones de Madrid no ha sido derrotado el Gobierno, sino algo más alto. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: ¿Quién ha dicho eso?). Su señoría, puesto que nos ha dicho: "¿Quién sabe si esos votos que han dado a S.S. el triunfo, serán los votos de los amigos del Sr. Pí y Maragall, de los federales, de los enemigos de la propiedad?" (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: ¿Qué tiene eso que ver?). Pues si eso representa nuestro triunfo, no es el Gobierno el derrotado, ha sido la Monarquía; esa es la consecuencia. (Aprobación en las minorías).

Y sucede con esto lo que con el viaje del Rey, que por quedar bien el Gobierno, le importa poco cómo quede el Rey; y ahora, por no declarar que ha sido derrotado por un partido monárquico, dice que ha sido derrotado, no sólo por los republicanos, sino por los enemigos de la propiedad. (Denegaciones en la mayoría). Pues si no es eso, no significa nada el argumento y queda en pie el mío; y declare que en efecto ha sido derrotado por el partido liberal, y hemos concluido. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Yo volveré a repetir lo que he dicho). Pues volverá a repetir S.S. otra inconveniencia parlamentaria. (Risas en las minorías). [5810]

Su señoría que tiene tantos medios propios, ¿para qué necesita apelar a medios extraños para contestar mis argumentos? ¿Pues no ve S.S. que los podía contestar perfectamente? ¿Por qué S.S. para defenderse de mis argumentos y atacarme a mí, se vale de lo que en otras ocasiones haya dicho el Sr. Castelar? Como yo ahora estoy en buenas relaciones con el señor Castelar, no quiero discutir con él. ¿Qué necesidad tiene S.S. de valerse de estos medios, cuando, repito, tantos puede buscar propios?

Pues no sólo ha incurrido S.S. en esa que yo llamaré debilidad de leer otra vez las mismas palabras que hace días leyó aquí el Sr. Ministro de Gracia y Justicia, sino que todavía ha cometido otra falta más y es, que el Sr. Ministro de Gracia y Justicia las leyó un poco mejor que S.S. (Risas). Pero es que S.S. está mal servido desde que tiene a su lado a los ultramontanos; pues desde que eso sucede, anda por ahí lo que pudiéramos llamar policía de la inteligencia (Risas) buscando siempre documentos y papeles con que pretenden SS. SS., no defenderse a sí mismos, sino atacar al contrario. Ya se ve; no tiene eso nada de particular; porque si no lo hicieran, ¿cómo justificaría su actitud de ahora y su posición, después de lo que han dicho contra los partidos liberales, en contra del partido que representa el Sr. Cánovas del Castillo y en contra de S.S. mismo, tanto que a mí me daba compasión y lástima ver cómo a S.S. le ponía de oro y azul muchas veces el Sr. Pidal? Pero a mí no me gustan esos medios; yo no pertenezco a la policía de la inteligencia, y no quiero recordar nada de lo que el Sr. Pidal ha dicho de S.S., porque tengo tantas cosas que decirle, que no necesito apelar a otros extraños.

Estoy conforme con el Sr. Presidente del Consejo de Ministros en que las coaliciones, cuando no tienen un objeto determinado, son peligrosísimas, y lo son hasta para los mismos coligados y por eso la coalición última terminó cuando debía terminar. Naturalmente, no es que nadie la haya dado por terminada, sino que conseguido el objeto de la coalición, objeto concreto, objeto determinado, claro es que quedaba terminada. Así es que cuando mi distinguido amigo el Sr. Martínez Campos, en aquella ocasión en que se hablaba tanto de la coalición, tuvo la bondad de consultarme sobre lo que convenía decir en el Senado si allí se hablaba de ese asunto, yo le dije lo siguiente: "pues nada; no hay que decir más, sino que la coalición ha terminado, porque ha concluido ya el objeto para que se formó". Esto, a mi juicio, es seguir el camino de la paz, sin dejar por eso de mantener inteligencias prudentes entre los diversos partidos, inteligencias que son necesarias para defender intereses comunes; porque puede hasta hacerse indispensable volver a otra coalición para defendernos de las arbitrariedades de un Gobierno que pusiera en peligro las instituciones y los derechos que son comunes y cuyo respeto es necesario a todos los españoles y a todos los partidos. Eso es lo que ha ocurrido; ni más ni menos. En esta parte, pues, estoy conforme con mi distinguido y particular amigo el Sr. Presidente del Consejo de Ministros.

Así que ha salido S.S. de los datos que le ha facilitado sin duda el Sr. Ministro de Fomento, ha cometido una inconveniencia para S.S. mismo; porque siendo así que lo que le convenía era defenderse y no atacarle, ha apelado al argumento de decir que el Sr. Sagasta faltó a la Constitución porque había tenido una porción de tiempo la fuerza pública fuera de la ley. Hace dos años que no se discuten aquí aquellos presupuestos, y por lo mismo la fuerza del ejército de Cuba, que hoy está sosteniendo allí la integridad de la Patria, está fuera de la ley, y lo están los impuestos también. ¿Le he dicho yo a S.S. nada por eso? No, no le he dicho ni le digo nada, porque eso no lo ha hecho S.S. ni el Gobierno porque haya querido hacerlo, sino por dificultades parlamentarias que no ha podido salvar, y eso mismo me pasó a mí. ¿Cómo había de faltar a la Constitución, si no tuve medios de reunir las Cortes a tiempo para que votaran los presupuestos? ¿Quién tuvo la culpa, más que el partido conservador, de que S. M. el Rey se viera en el triste caso de modificar su Ministerio o de cambiarlo en época en que no era posible votar los presupuestos?

Yo, Sr. Presidente del Consejo de Ministros, no he tenido desdenes para Madrid, ni he dejado de dar importancia a aquellas elecciones de 1872. Lo que hay es, que no formamos entonces en Madrid; lo que hay es, que no llamamos en nuestra ayuda para fortalecernos a la opinión pública; lo que hay es, que no formulamos un reto contra esa opinión.

Yo dije que hallándome en la alternativa de hacer entonces con el Ayuntamiento de Madrid lo que vosotros habéis hecho ahora, o de perder las elecciones, prefería perder las elecciones, y que yo mismo, que era candidato por uno de los distritos de Madrid, por el cual había sido elegido Diputado en la oposición, no sólo no tuve inconveniente en ser derrotado en aquel distrito, sino que me alegraba de ello, porque mi derrota significaría el triunfo de la verdad electoral. Es decir, que lo que yo manifesté no fue desdén a Madrid, sino respeto a la sinceridad electoral, prefiriendo mi derrota a que se quebrantara en poco ni en mucho ni en nada esa sinceridad. Y aún así fuimos derrotados por muy pocos votos, y luego ganamos todos los Senadores.

Su señoría ha tenido otra parte grave en su discurso y a mí ciertas consideraciones me impiden sacar de ella todo el partido que es posible; me limito únicamente a decir que el Rey, en efecto, es la representación de la Patria, pero no es la Patria misma; y que si bien la Constitución establece las prerrogativas que todos respetamos y a que todos nos sometemos, para el Rey, la Constitución establece también derechos que merecen tanto respeto como las prerrogativas que para el Rey están en ella consignadas; derechos que se refieren a todas las contingencias que, por desgracia, pudieran sobrevenir, y que ¡ojalá jamás ocurran! Y sobre todo esto no tengo más que decir. Si la desgracia que S.S. ha dicho ocurriera, la Patria quedaría siempre, y los medios que la Constitución encierra nos salvarían.

Y sobre esto voy a hacer otra indicación que se refiere también a otra que ha expuesto S.S. al hablar de la soberanía nacional y de cómo la entiende el partido liberal. ¡Ah Sres. Diputados! El partido liberal la entiende hoy como la entendía antes en los períodos constituidos. Ahora bien; y ¡cosa singular! el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, que aceptaba la soberanía nacional de la Constitución del año 69; que aceptaba en cierto tiempo la soberanía nacional ejercida directamente por el pueblo, la soberanía nacional en constante ejercicio, sobre la cual, y a su lado, no hay nada, no aceptaba la soberanía nacional [5811] representada por las Cortes y por el Rey. Pero ¿sabéis por qué? Porque decía que el Rey es permanente, y porque desde ese momento las Cortes desaparecen.

No: en el régimen constitucional las Cortes son tan permanentes como el Rey; podrán desaparecer de una legislatura a otra los representantes del país, pero las Cortes son tan permanentes como el Rey, y si no, no sería el Rey constitucional, ni gobierno constitucional y representativo el que nos rigiera. Pero es que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros se halla esta noche tan desmemoriado, que no se acuerda de nada, y dice esta noche lo contrario de lo que dijo otras veces.

Todo lo que ha producido tantos cataclismos, todo lo que ha producido el derrumbamiento de las dinastías y el trastorno de los sistemas de gobierno, viene a ser el programa del partido liberal. Pues bien; cuando otro partido presentaba como programa, no ya la parte del título 1º de la Constitución de 1869, que es la única que hemos sacado para constituir el programa del partido liberal, sino cuando ese partido presentaba como programa todo ese título con todos los otros de la Constitución de 1869, en la cual está el sufragio universal en toda su crudeza, entonces el Sr. Presidente del Consejo de Ministros lo miraba sin temor y hasta con cariño. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: ¿Cuándo?). Voy a decirlo a S.S. (El Sr. Ministro de Fomento: La mala costumbre de los textos; la policía de la inquisición). No; porque yo para discutir con el Sr. Cánovas del Castillo empleo sólo las cosas del Sr. Cánovas del Castillo, y no necesito recurrir a cosas de S.S. ni de otro, y porque además, me basto yo para atacarle, aunque sea con ataques tan apasionados como éste, pero nunca tan apasionados, tan terribles y tan crueles como los que S.S. le dirigió.

Decía el ilustre Duque de la Torre en el Senado, sin contradicción ninguna, en un discurso pensado, y tan pensado, que como era un discurso-programa, lo leyó en vez de pronunciarlo; señal de que no había temor de que dijese lo que no quería decir; y además, como lo decía enfrente de S.S. y de los amigos de su señoría y de todo el partido conservador, no se podía sostener que aunque no sea cosa de S.S., la pueda su señoría rechazar. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: No estaba allí). Pero estaba su partido, y además S.S. estaba aquí, y aquí se discutió ese programa, y S.S. no desmintió, ni siquiera rectificó nada de lo que en aquel discurso-programa dijo el Sr. Duque de la Torre, y entre otras cosas afirmó lo siguiente:

"Yo deseo aquí decir, como justicia que debo publicar, que este programa que ante vosotros presento, y esta noble aspiración que deseo ver realizada, no hubiera sido posible sin el patriótico concurso del partido conservador.

Inútil empresa la nuestra si el partido conservador se hubiera negado a cooperar al establecimiento de una legalidad común".

¿Sabéis cuál era la legalidad común que pretendía el programa presentado por el Sr. Duque de la Torre? Pues era la Constitución de 1869. (Sensación).

Cuando a nosotros se nos pedía el restablecimiento de la Constitución de 1869, decíamos: no, no establezcamos nuevas Constituciones, porque luego van a venir los conservadores con otra Constitución y no nos entenderemos, y vamos a continuar aquí el juego de las Constituciones; dentro de la Constitución de 1876 procuraremos desenvolver las leyes con el espíritu de la Constitución de 1869; y a esto replicaba el Sr. Presidente del Consejo con mucha tranquilidad: "¡Ah!; pues prefiero la izquierda con su Constitución de 1869, que la Constitución de 1876, dentro de la cual se habían de desenvolver las leyes con el espíritu de la Constitución de 1869".

Ahora presenta S.S. como doctrina demagógica la que nosotros sostenemos: pues oíd lo que decía el Sr. Presidente del Consejo de Ministros:

"Yo no he fijado nunca los límites de la Monarquía constitucional. Por eso ayer aplaudí, como aplaudisteis vosotros, al Sr. Martos al manifestar que estaba resueltamente al lado de la Monarquía, sin distancias anchas ni estrechas.

Declaro que si el Monarca sancionase la reforma de la Constitución, el partido conservador la respetaría; y declaro todavía más: declaro que no la modificaríamos, a menos que la opinión pública lo reclamase". (Aplausos en la izquierda).

¿Pues sabéis de qué modificaciones se trataba? Se trataba de la modificación de la Constitución de 1876 llevando a ella todos los principios de la de 1869, incluso, como derecho individual, el sufragio universal.

Si era tan peligroso, si era tan incompatible con la Monarquía, ¿cómo en caso ninguno lo aceptaba el Sr. Presidente del Consejo de Ministros? Pero todavía hay más. Añadíase entonces: "el partido conservador sólo se preocupa de que viniera al seno de las instituciones vigentes el mayor número de fuerzas sin mirar los principios y las personas".

Pues ahora han venido nada menos que los señores Martos, Montero Ríos, Moret y otros muchos, y como no tienen sin duda la certeza de principios que tenían cuando estaban en la izquierda o cuando estaban todavía dentro de la forma republicana, le parecen a S.S. demagogos, anárquicos, hombres imposibles.

Así, Sr. Presidente del Consejo de Ministros, no se puede discutir; así no se pueden tratar estas cosas. Decir hoy lo contrario de lo que se dijo ayer, sostener afirmaciones contrarias a lo que ayer se sustentó, me parece más bien propio de profesiones que no corresponden al Gobierno, que no de personas serias y formales en cuyas manos se hallan los destinos de la Patria. Pero ésta es la política que viene haciendo el partido conservador, y si sigue con ella, le aseguro un provenir muy poco halagüeño.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros no debe tratar tan mal al sufragio universal, que al fin y al cabo, con todos los inconvenientes que tiene, no es más que una de las muchas fórmulas de sufragio, y porque además, con esa fórmula se sancionó nada menos que la Monarquía española en 1876. Porque habéis de saber, señores, que con esa fórmula de sufragio, tan mal tratada ahora por el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, fueron elegidas las primeras Cortes de Ministros, fueron elegidas las primeras Cortes de la Restauración, las Cortes que hicieron la Constitución de 1876. No debe, pues, el Sr. Presidente del Consejo de Ministros quitar fuerza a esa [5812] fórmula, porque se la quita a la base sobre que se sustenta nuestra Constitución y nuestra Monarquía.

Y no quiero decir más, porque es tarde y he molestado demasiado a la Cámara. (Aprobación en la minoría). [5813]



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